Roberto Calasso. Las bodas de Cadmo y Harmonía

El primer amor de Dioniso fue un muchacho. Se llamaba Ampelo. Jugaba con el joven dios y los Sátiros en las orillas del Patolo, en Lidia. Dioniso contemplaba sus largos cabellos sobre el cuello, la luz que emanaba su cuerpo mientras salía del agua. Se ponía celoso cuando le veía luchar con un sátiro y sus pies se entrelazaban. Entonces quiso ser el único en compartir los juegos de Ampelo. Fueros dos "atletas eróticos". Se revolcaban por el suelo, y Dioniso se regocijaba cuando Ampelo le derribaba y se montaba sobre su vientre desnudo. Después se limpiaban el polvo y el sudor de la piel en el río.

Evocado por las mujeres de Argos como toro que surge de las aguas, Dioniso es el dios que tiene mayor familiaridad con las mujeres. "Loco por las mujeres", "loco por las hembras", le llama varias veces Nono, su último celebrante. La cristiana malicia de Clemente de Alejandría recuerda a Dioniso como choiropsáles, "aquel que toca la vulva": mejor dicho, que sabe hacerla vibrar con los dedos como las cuerdas de una lira.

El falo de Dioniso es alucinógeno antes que impositivo. Tiene una naturaleza próxima al hongo, al parásito, a la hierba tóxica recogida en el hueco del tirso. No conoce la fidelidad agraria, no se extiende por el surco trazado, donde Yasión copula con Deméter, no se abre paso entre las lozanas mieses, sino entre los bosques más ásperos. Es una punta metálica oculta debajo de inocuas hojas verdes.

Traducción del italiano de Joaquín Jordá