Parecían surgir de todas partes, nacidos en la tibieza algo húmeda del aire, fluían lentamente como si rezumasen de los muros, de los árboles entre rejas, de los bancos, de las aceras sucias, de las plazoletas.
Se estiraban en largos racimos oscuros entre las fachadas muertas de las casas. De tarde en tarde, delante de los escaparates de los almacenes, formaban núcleos más compactos, inmóviles, ocasionando algunos remolinos, como ligeros estrangulamientos.
Una quietud extraña, una especie de satisfacción desesperada, emanaba de ellos. Miraban atentamente los montones de ropa en la Exposición de Ropa Blanca, que imitaban hábilmente montañas de nieve, o bien una muñeca cuyos dientes y ojos, a intervalos regulares, se encendían, se apagaban, se encendían, se apagaban, se encendían, se apagaban, siempre a intervalos idénticos, se encendían de nuevo y de nuevo se apagaban.
Miraban largo rato sin moverse, se quedaban allí, ofrecidos, ante los escaparates, aplazaban siempre al intervalo siguiente el momento de alejarse. Y los niños tranquilos que les daban la mano, cansados de mirar, distraídos, pacientemente, junto a ellos, esperaban.
Traducción del francés por Clara Janés