Como todos los relojes de arena, también estos tenían la ventaja de indicar plásticamente la hora que ponía fin a una tarea o daba comienzo a otra. ¡Cuántos ojos somnolientos se habrán desvelado a la vista de una ampolleta casi vacía! Ningún orador la habría desafiado como aquel tan temido que solía predicar contra la embriaguez y, en plena elocuencia, volvía a dar la vuelta al reloj con la frase: "¡Vamos! Regalémonos con otro vasito."
Traducción del alemán por Pilar Giralt